sábado, 22 de octubre de 2011

Copenhague, un brindis por lo sostenible y lo #ecojusto

Usar la bicicleta para ir al colegio o al trabajo en una ciudad donde
llueve (o nieva) 170 días al año y donde hasta las mejores mañanas de
verano hay que salir con un forro polar atado a la cintura, por si
acaso, es algo admirable, algo para lo que hay que tener mucha
necesidad o mucha conciencia. Necesidad, en Copenhague, poca.
Conciencia, para parar un tren. Impresionado se queda el viajero que
viene de España, donde las bicis solo se sacan los domingos que hace
sol y 20 grados, al ver con qué cívico empeño pedalean aquí todo el
año grandes y pequeños, estudiantes y oficinistas, señoras finas y
barrenderos, policías y carteros. Porque no son cuatro ecologistas,
sino el 36% de los copenhagueses, los que marchan a sus diarias
ocupaciones de esta guisa.

Calles vacías de coches y atestadas de bicis de todas las formas y
colores: de paseo, de carreras, de montaña, vintage, tándem,
plegables, reclinadas, rickshaws... Las más originales, prácticas y
deseadas son las bicis Christiania, bautizadas así en honor del
célebre barrio hippy de la ciudad, donde en 1978 se creó esta versión
mejorada del triciclo de reparto, en cuya caja delantera se pueden
transportar 100 kilos de lo que sea, desde ladrillos hasta niños.

El visitante de la capital danesa lo tiene fácil: repartidos por el
centro hay 110 puestos donde se puede coger prestada una bici
introduciendo una moneda de 20 coronas (unos dos euros y medio), como
si fuera un carrito de la compra. Para los más concienciados (más aún)
está Baisikeli (www.cph-bike-rental.dk) una empresa que las alquila de
segunda mano (10,7 euros al día) y que, de las ganancias, envía todos
los años 1.200 bicicletas a Tanzania, Sierra Leona y Ghana, donde
falta hacen. Baisikeli, en suajili, significa bicicleta.

Otra opción para moverse con la conciencia tranquila es el autobús
eléctrico 11A, o CityCirkel (www.citycirkel.dk), que circula con una
frecuencia de siete minutos por el centro turístico de Copenhague. Y
otra, los taxis con la pegatina CO2-neutral de la compañía Amager Øbro
(www.amagerobrotaxi.dk), que no son, como pudiera pensarse, coches a
pilas o extremadamente eficientes, sino potentes Mercedes cuyo dueño
compra cuotas de emisión de CO2 a otras empresas, igual que los países
ricos se las compran a los países pobres. No suena muy lógico (ni
ecológico), pero mejor que contaminar sin pagar nada a cambio, sí es.

Que Copenhague apuesta fuerte por lo eco se advierte (donde hasta la
web de turismo oficial tiene un apartado específico de propuestas
eco), además de en el transporte, en la alimentación. Ecológicos son
el 75% de los productos que se consumen en los organismos públicos,
récord mundial, y se prevé que la demanda de ellos en el sector
privado rebase el 20% en 2015. A esta ola (o más bien tsunami) verde
se han subido también comercios, cafés, restaurantes e, incluso,
hoteles que presumen de arquitectura sostenible o de neutralizar sus
emisiones de CO2 con diferentes estrategias.

http://elviajero.elpais.com/articulo/viajes/Copenhague/brindis/sostenible/elpepisupvia/20111021elpviavje_1/Tes

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